Las hojas empezaron a amarillear y a caerse más tarde
Puede que te hayas dado cuenta de que cada año las hojas amarillean y caen cada vez más tarde. Pues no: una revisión de 64 estudios realizados entre 1931 y 2010 en Asia, Europa y Norteamérica confirma que el aumento de las temperaturas globales ha retrasado la caída de las hojas en el Hemisferio Norte. Michael Lavelle, profesor titular del Departamento de Gestión del Paisaje de la Universidad Anglia Ruskin, examinó las causas y consecuencias de esta tendencia en las páginas de The Conversation.
Los mecanismos del final de la temporada de crecimiento de una planta son complejos pero bien conocidos. Los árboles de hoja caduca entran en el invierno en tres etapas. En la primera, la hormona vegetal auxina desempeña un papel protagonista. Se produce en el tejido en crecimiento y suprime el crecimiento de las yemas más abajo en la rama. Al acortarse la duración del día y descender la temperatura diaria, se produce ácido abscísico. A lo largo del otoño, ambas sustancias se acumulan en la planta y acaban deteniendo la división y expansión celular en las yemas en reposo.
A mediados de otoño, el árbol ya no crece, pero aún puede cubrirse de follaje si las condiciones siguen siendo suaves. Esto le da la oportunidad de absorber los nutrientes sobrantes de las hojas, que es lo que hace que éstas cambien de color. Finalmente, la rama forma tapones protectores en la base de cada hoja, lo que provoca su caída.
El cambio climático ha alterado el patrón habitual de cambio de estaciones. En 2022, los árboles que normalmente florecen en primavera lo hicieron en otoño. Esto se debió a un verano inusual, que fue el más caluroso de Gran Bretaña y el quinto más seco desde 1890.
En agosto, las hojas ya se habían vuelto marrones y se habían caído. El calor y la sequía ralentizaron el crecimiento y dispararon los niveles de ácido abscísico. La fruta también se adelantó: las zarzamoras, que normalmente no producen hasta agosto, empezaron a fructificar el 28 de junio. Parecía que el otoño había llegado en pleno verano.
Fue un otoño meteorológico. Fue el tercero más cálido desde 1884 y el decimotercero más lluvioso desde 1836. Las plantas empezaron a brotar y a florecer, confundiéndolo con la primavera. La «falsa primavera» llegó a su fin, sustituida por un invierno bastante crudo. Fue un golpe devastador para los árboles: en el campus Writtle de la Universidad Anglia Ruskin murieron cerca del 30% de las plantas, incluidas las consideradas resistentes.

